Medalla al Mérito Estudiantil “Ignacio L. Vallarta”
17 septiembre, 2017

En Guerrero, Obregón cambió la historia de México. Cien años ha

David Cienfuegos Salgado

Entre el 12 de abril y el 21 de mayo de 1920 una serie de sucesos literalmente conmoviò a México. En ese breve lapso, cambió la historia del país y se perfiló su vida política para las siguientes décadas. Se cumplen cien años de aquellos momentos y por eso acepté la invitación (muy forzada, por supuesto) de Ricardo Infante, para volver sobre este tema e invitarlos a leer el “Álbum histórico sobre la presencia del general Obregón en Guerrero”, que hicimos al alimón hace casi diez años. Esta colaboración apenas delinea todo lo que podrán encontrar en esa obra.

En aquel lejano abril de 1920, los azares de la política trajeron a Obregón al estado de Guerrero. Eran los tiempos del ferrocarril, que llevaba apenas 20 años recorriendo territorio guerrerense. Obregón, en su largo periplo militar, había aprendido a utilizar este medio de transporte para triunfar, política y militarmente.

Eran también tiempos de campaña política para encontrar a quien sucedería a Venustiano Carranza en la presidencia. Obregón, en junio de 1919, se había convertido en el principal aspirante a tal encargo, aun por encima del candidato oficial, el Ing. Ignacio Bonillas, quien se había desempeñado como diplomático, embajador en Estados Unidos. Obregón iniciaría su gira política hasta enero de 1920, demostrando que por donde pasaba sumaba grandes cantidades de adherentes a su candidatura.

Para tratar de detener la campaña política de Obregón, el Gobierno carrancista le instruyó una causa militar por conspiraciòn y traición, que el sonorense decidió afrontar presentándose en la Ciudad de México. En el acto de comparescencia, Obregón contaba con el apoyo de numerosos simpatizantes, por lo cual no fue detenido. Carranza pudo advertir que el carisma del conocido como Manco de Celaya sería suficiente para derrotar a su candidato en las urnas. Bonillas era prácticamente desconocido por los mexicanos, mientras que el talante y talento de Obregón le había servido para construir una red de seguidores en todo el país, máxime que su personalidad le granjeaba fácilmente simpatías de todo tipo.

Carranza había intentado remover al gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta, que se declaró en rebeldía, por lo cual el coahuilense envío tropas federales para sofocar la insurrección. El grupo en el poder, en Sonora, era el que apoyaba a Álvaro Obregón.

Pronto se hizo evidente la necesidad de deshacerse del sonorense. Advertido por sus correligionarios de una inminente detención, Obregón escapó de la vigilancia que tenía la policía secreta y se dispuso a salir de la Ciudad de Mèxico, donde su libertad, e incluso vida, estaban en peligro. Al realizar la búsqueda de un espacio donde pudiera encontrar apoyo militar, el lugar elegido fue el estado de Guerrero, por lo cual se dirigió a la estación de Buenavista, saliendo a Cuernavaca, en el tren que llegaba hasta Balsas.

Obregón recaló en Iguala el 13 de abril de 1920. Llegó disfrazado de obrero y pronto se entrevistó con algunos jefes militares; viajó a Chilpancingo, donde lo recibió el gobernador Francisco Figueroa Mata, el comandante militar Rómulo Figueroa y el vicepresidente (en funciones de presidente) del Congreso local, Teófilo Olea y Leyva. Por cierto, este último uno de los denominados siete sabios y a la sazón ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Lo que acabo de narrar en el párrafo anterior, da suficiente hilo para tejer una historia de lealtades y traiciones, que podría ser una de las novelas más interesantes que se haya escrito en el estado de Guerrero, por los personajes que en ella aparecen y por la trascendencia que tendría en la historia de toda una nación.

En escasos cuatro días, en el estado de Guerrero se definió el rumbo de la nación. El 20 de abril de 1920 el Congreso local decretó el desconocimiento del gobierno federal, reasumiendo su soberanía y poniéndose al servicio de los demás estados que quisieran recobrarla, frente a lo que se consideró una intentona de Carranza por imponer al ingeniero Bonillas como próximo presidente.

Ese mismo 20 de abril, Eduardo Neri y Álvaro Obregón, desde una de las ventanas del Palacio de Gobierno, hoy Museo Regional de Guerrero, se dirigieron a los guerrerenses. El primero para presentar al sonorense; el segundo para protestar su compromiso en la hora de la nueva revolución. Ese mismo día, Fortunato Maycotte lanzaría un manifiesto a los guerrerenses en la ciudad de Iguala. Y ahí estarían, en su momento Luis N. Morones y Teófilo Olea y Leyva, también dando a conocer el decreto por el cual, en estricto sentido, Guerrero se separaba de la federaciòn para defender al estado de Sonora y a cualquier estado que fuera agredido por Carranza.

Desde la Ciudad de México se aprestan para combatir a los desafectos, especialmente a los militares que se sumaron al movimiento obregonista. Lo hacen con dificultades, pues un gran contingente de militares aun afectos al gobierno carrancista habían sido desplazados en las semanas previas hacia el norte, para combatir la rebelión sonorense. Carranza se da cuenta demasiado tarde que su inexperiencia militar ha jugado en contra suya.

El 23 de abril siguiente, en la lejana población de Agua Prieta, Son., Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta darían a conocer el plan que lleva el nombre de la limítrofe ciudad. Hay algunos datos que permiten especular sobre la posibilidad que haya sido Obregón quien dictó desde Chilpancingo el contenido del mencionado Plan de Agua Prieta. Son especulaciones en las cuales cabe un alto grado de verosimilidad. Quizá en el futuro algún archivo aun pendiente de revisar aporte los elementos para robustecer esta y otras presunciones.

El Plan desconocía a Carranza e imponía a Adolfo de la Huerta como Jefe Supremo del ejército que se formaría. Se preveía que al triunfo del movimiento se nombrarìa un presidente provisional, a efecto de que convocara a elecciones para integrar el Poder Jecutivo y el Poder Legislativo de la República. Conformaba un nuevo cuerpo militar, el Ejército Liberal Constitucionalista, que curiosamente recogía el nombre del partido que había postulado a Obregón, en agosto de 1919, el Partido Liberal Constitucionalista. Paradojas de la historia, el mismo partido que había llevado a Carranza al poder.

Después de lograr el apoyo de la elite polìtica guerrerense, Obregón marcharía a Iguala, donde establecería su cuartel general, antes de seguir rumbo a la Ciudad de México. En Iguala expidió algunas circulares relacionadas con el movimiento revolucionario, destacando aquellas que buscan beneficiar a los jornaleros y campesinos, para que no se vieran afectados por la situación de guerra. Desde su cuartel, aglutinó a los hombres que los jefes militares destacamentados en Guerrero le ofrecen, y con ellos “toma el tren” y se enfila el cinco de mayo rumbo a la ciudad de los palacios.

El siete de mayo, desde Cuernavaca envía telegramas a los guerrerenses indicando que sabe de la huida de Carranza. Ese día, Francisco Figueroa Mata organizará, para festejar el triunfo de la causa obregonista, una serenata y baile en el salón de recepciones del Palacio de Gobierno en Chilpancingo, hoy Museo Regional de Historia. El gobernador enviará a su vez un telegrama a los principales ayuntamientos guerrerenses pidiendo que en sus respectivos municipios hagan lo propio para celebrar el acontecimiento.

El resto es conocido. Carranza será asesinado en Tlaxcalaltongo, el 21 de mayo. Adolfo de la Huerta será designado presidente interino, el 1º de junio; se realizarán las elecciones presidenciales el 5 de septiembre, las cuáles ganará con facilidad Álvaro Obregón. El general invicto, sin necesidad de mantener su jetatura militar, llegaba al poder con el apoyo de sus antiguos compañeros de armas: el primero de diciembre de 1920, entró a desempeñar el cargo de presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. El movimiento generado en Guerrero había triunfado, los balances polìticos habían cambiado. El grupo de sonorenses arribaría a la CDMX y se quedaría durante más de una década controlando el gobierno federal.

¿Qué pasó con los guerrerenses? ¿Qué pasó con esos carrancistas que de la noche a la mañana se convirtieron en obregonistas, cómo habría de echarle en cara mucho tiempo después Vasconcelos a Olea y Leyva? ¿Cómo se benefició la élite local guerrerense del apoyo dado al nuevo presidente?

Aparentemente hay coincidencias en que Obregón, agradecido por el apoyo recibido, terminaría la construcción de la carretera Chilpancingo-Acapulco. Algunos puestos menores en el ámbito federal fueron para miembros de la élite local. Eduardo Neri sería procurador general de la República; el gobernador Francisco Figueroa Mata llegaría a ser subsecretario de Educación, impulsando políticas educativas que son reivindicadas para la biografía de Vasconcelos. ¿Y qué más?

El paso de Obregón por Guerrero, furtivo y triunfante, fue meteórico y efectivo: en menos de dos semanas estaban dadas las condiciones para su triunfo sobre Carranza. El caudillo invicto hizo valer su gran capacidad de estratega militar y político. La revuelta iniciada, sin derramamiento de sangre, llevó al poder a los sonorenses, aunque no borró los nubarrones de lucha intestina en el país; incluso entre ellos mismos, como lo atestiguaría el levantamiento delahuertista años después, donde los guerrerenses equivocarían de bando, lo que les valdría ser desplazados de la escena politica nacional.

La reflexión que surge y que nos interesa es sobre los guerrerenses, sobre esa élite local que coadyuvó e impulsó el triunfo Obregonista, que nutrió con recursos materiales y humanos una revuelta que, aunque de antes planificada, estaba condenada al fracaso sin la determinación del grupo local en el poder.

En tiempos de desencanto en las élites, vale la pena volver a preguntarnos si no, al final, nuestro problema es que los guerrerenses no hemos sabido capitalizar todos las fortalezas que tenemos. Preguntarnos si no habremos sido conformistas en exceso. Preguntarnos acerca de cuál es la visión de futuro que tuvieron y tienen nuestras élites. Vale la pena cuestionar a la historia sobre esto y el episodio que ahora cumple una centuria es ocasión para ello.

Gracias a Ricardo por la invitación; gracias a Héctor y al Diario de Guerrero, por la hospitalidad. Gracias a usted por la lectura. Queda abierta la invitación a la reflexión.

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